Quien controla las redes de internet

EDUARDO GALEANO 1990

El control del ciberespacio depende de las líneas telefónicas, y no resulta para nada casual que la ola privatizadora de los años recientes haya arrancado los teléfonos de manos públicas, en el mundo entero, para entregarlo a los des conglomerados de la comunicación. Las inversiones norteamericanas en teléfonos extranjeros se multiplican mucho más que las demás inversiones, mientras corre al galope la concentración de capitales: hasta mediados del 98, ocho megaempresas dominaban el negocio telefónico en los Estados Unidos, y en una sola semana se han reducido a cinco.

La televisión abierta y por cable, la industria del cine, la prensa de tiraje masivo, las grandes editoriales de libros y de discos, y las radios de mayor alcance también avanzan, con botas de siete leguas, hacia el monopolio. Los mass media de difusión universal han puesto por las nubes el precio de la libertad de expresión: cada vez son más los opinados, los que tienen el derecho de escuchar, y cada vez son menos los opinadores, los que tienen el derecho de hacerse escuchar. En los años siguientes a la segunda guerra mundial, todavía encontraban amplia resonancia los medios independientes de información y de opinión, y las aventuras creadoras que revelaban y alimentaban la diversidad cultural. Hacia 1980, la devoración de muchas empresas medianas y pequeñas había dejado la mayor parte del mercado planetario en poder de cincuenta corporaciones. Desde entonces, la i Según el productor Jerry Isenberg, el exterminio de la creación independiente en la televisión norteamericana ha sido fulminante en los últimos veinte años: las empresas independientes proporcionaban entre un treinta y un cincuenta por ciento de lo que se veía en la pantalla chica, y ahora apenas llegan al diez por ciento. También reveladoras son las cifras de la publicidad en el mundo: actualmente, la mitad de todo el dinero que el planeta gasta en publicidad va a parar al buche de apenas diez grandes conglomerados, que acaparan la produción y la distribución de cuanta cosa tenga que ver con la imagen, la palabra y la música.




En los últimos cinco años, han duplicado su mercado internacional las principales empresas norteamericanas de la comunicación: General Electric, Disney/ABC, Time Warner/CNN, Viacom, Tele-Communications Inc. (TCI) y la recién llegada Microsoft, la empresa de Bill Gates, que reina en el mercado del software y ha irrumpido con éxito en la televisión por cable y en la producción televisual. Estos gigantes ejercen un poder oligopólico que en escala planetaria comparten con el imperio Murdoch, la empresa japonesa Sony, la alemana Bertelsmann y alguna que otra más. Entre todas han tejido una telaraña universal.









Sus intereses están entrecruzados; numerosos hilos atan a unas con otras. Aunque los mastodontes de la comunicación simulan competir entre sí, y a veces hasta se golpean y se insultan para satisfacción de la platea, a la hora de la verdad el espectáculo cesa y, tranquilamente, se reparten el planeta.




Por obra y gracia de la buenaventura cibernética, Bill Gates ha amasado una rápida fortuna equivalente a todo el presupuesto anual del estado argentino. A mediados del 98, el gobierno de los Estados Unidos entabló una demanda contra Microsoft, acusada de imponer sus productos mediante métodos monopólicos que han aplastado a los competidores. Tiempo antes, el gobierno federal había formulado una demanda similar contra la IBM: al cabo de trece años de idas y venidas, el asunto quedó en agua de borrajas. Poco pueden las leyes jurídicas contra las leyes económicas, y la economía capitalista genera concentración de poder tan inevitablemente como el invierno genera frío. No parece probable que las leyes anti-trust, que otrora amenazaban a los reyes del petróleo o del acero, puedan poner en peligro, alguna vez, a la urdimbre planetaria que está haciendo posible el más peligroso de los despotismos: el que actúa sobre el corazón y la conciencia de la humanidad enterandependencia y la diversidad se han ido haciendo más raras que perro verde.

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