El origen y misión de las naciones

Al nacer, sucesivamente, las naciones sobre la tierra, Dios da a cada una -una palabra especial- la palabra que debe decir al mundo, la palabra particular que viene de lo Eterno y que cada una debe pronunciar. 



Echando una ojeada a la historia de las naciones, podemos sentir resonar esta palabra, saliendo de la boca colectiva del pueblo, pronunciada en sus actos, contribución de este pueblo a la humanidad ideal y perfecta. Para el antiguo Egipto, la palabra fue Religión; para la Persia, la palabra fue Pureza; para la Caldea, la palabra fue Ciencia; para la Grecia, fue Belleza; para Roma, Ley; para la India en fin, la mayor de todas, el Eterno da una palabra que resume todas las demás -la palabra DHARMA.- He aquí lo que la India debe decir al mundo. 

Pero no podemos pronunciar esta palabra tan significativa, tan grande por la potencia que encierra, sin inclinarnos a los pies de aquel que es la más alta personificación del Dharma que el mundo haya visto jamás; sin inclinarnos ante Bhishma, el hijo de Ganga, la más valiente encarnación del Deber. 

Retrocede conmigo por un momento cinco mil años atrás y ve a este héroe, acostado en su lecho de flechas sobre el campo de batalla de Kurukshetra. Allí el tiene a la Muerte en jaque hasta el momento en que suene la hora favorable. Allí encontramos montones de guerreros degollados, montañas de elefantes y caballos muertos. 

En nuestro camino tropezamos con piras funerarias y gran cantidad de armas y carros destrozados. Llegamos hasta el héroe extendido en su lecho de flechas, traspasado por centenares de ellas y reposando su cabeza sobre una almohada de flechas, por que él ha rehusado los cojines de suave plumón para no aceptar más que la almohada de flechas preparada por Arjuna. 



Bhishma, cumplidor del Dharma, siendo muy joven todavía, por el amor a su padre, por amor al deber filial, había hecho un gran voto: el de renunciar a la vida de familia y a la corona por cumplir la voluntad de su padre y satisfacer el Corazón paternal y Shantanu, con su bendición, le había otorgado una favor maravilloso: que la muerte no podría venir a él más que a su llamamiento y a la hora en que él consintiere en morir. 

Cuando Bhishma cayó, el sol estaba en su declinación austral y la estación no era propicia para la muerte de un hombre que no debía volver. Usó por tanto, el poder que le había dado su padre y rechazó la muerte hasta que el sol viniese a abrirle el camino de la paz eterna y de la liberación. Extendido ahí durante muchos y largos días, martirizado por sus heridas, torturado por las angustias del inútil cuerpo que le servía de vestidura, vio venir hacia él con numerosos Rishis, a los últimos reyes arios. Shri Krishna vino también para ver al fiel guerrero. 

Allí vinieron los cinco príncipes, hijos de Pandu, los vencedores de la gran guerra. Bañados todos en lágrimas rodearon a Bhishma y le adoraron, llenos del deseo de recibir sus enseñanzas. 

A este héroe sumido en tan crueles angustias vino a hablar Aquel cuyos labios eran los de Dios. Él lo libró de la fiebre, le concedió el reposo del cuerpo, la lucidez del espíritu y la calma interior y después le ordenó enseñar al mundo la significación del Dharma, a él que durante su vida, lo había enseñado siempre, que nunca se había separado del camino del justo, que como hijo, príncipe u hombre de Estado, había seguido siempre el sendero estrecho. 

Los que le rodeaban solicitaron sus lecciones y Vasudeva le pidió que les hablara del Dharma, puesto que Bhishma era digno de enseñarlo (Mahabarata, Shanti Parva, § 54). Entonces se aproximaron a él los hijos de Pandu, teniendo a su cabeza a su hermano mayor Yudhisthira, jefe de los guerreros que habían herido a Bhishma a golpes mortales.


Yudhisthira temía acercarse y hacer preguntas, pensando que siendo en realidad suyas las flechas disparadas por tal causa el era responsable de la sangre de su primogénito y que no era conveniente solicitar sus enseñanzas. 

Viéndole vacilar, Bhishma, que con espíritu equilibrado, había seguido siempre el sendero difícil del deber sin separarse a derecha ni izquierda, pronunció estas memorables palabras: "Si el deber de los Brahmanes es practicar la caridad, el estudio y la penitencia, el deber de los Kchatriyas es sacrificar su cuerpo en los combates. 

Un Kchatriya debe inmolar a sus padres, abuelos, hermanos, preceptores, parientes y aliados que vinieren a presentarle batalla por una causa injusta. Tal es el deber marcado, oh Keshava. 

Un Kchatriya que sepa su deber, inmole en el combate hasta a sus mismos preceptores si estos apareciesen llenos de pecado y concupiscencia y olvidados de sus juramentos. Interrógame, hijo, sin ningún "temor". 

Entonces, lo mismo que Vasudeva, hablando a Bhishma, le había reconocido el derecho de hablar como maestro, éste, dirigiéndose a su vez a los príncipes, expuso las cualidades necesarias a los que quieren pedir aclaraciones sobre el problema del Dharma. 

Que el hijo de Pándu, dotado de inteligencia, dueño de si mismo, pronto a perdonar, justo de espíritu, vigoroso y enérgico, me haga preguntas. Que el hijo de Pándu, que siempre, por sus buenos oficios, honra las personas de su familia, sus huéspedes, sus servidores y los que dependen de él, me haga preguntas. 

Que el hijo de Pándu en quien están la verdad, la caridad, las penitencias, el heroísmo, la dulzura, la destreza y la intrepidez, me haga preguntas" (Ibíd. § 55.) Estos son algunos de los trazos que caracterizan al hombre que quisiera comprender los misterios del Dharma. 

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