La ciudad de las puertas de oro y su tecnologia

 La Ciudad de las Puertas de Oro y sus alrededores, deben ser ahora objeto de nuestra atención, después de lo cual explicaremos el maravilloso sistema establecido en ella para proveer de agua a sus habitantes. 

Hacia el Oeste se extendía una sierra de donde se traía el agua para el abastecimiento de la ciudad. Esta se hallaba construida en las laderas de una colina que se elevaba sobre la llanura unos 500 pies. En la cima de esta colina estaba el palacio del emperador, rodeado de jardines, de cuyo centro brotaba una corriente continua de agua que abastecía en primer lugar el palacio y las fuentes de los jardines, y corriendo desde allí en las cuatro direcciones de los puntos cardinales, se precipitaba formando cascadas, en un canal o foso que cercaba los jardines del palacio, separándolos así de la ciudad situada debajo de ellos.


De este canal partían otros cuatro que llevaban el agua a través de cuatro barrios de la ciudad, hacia otras cascadas, las cuales a su vez caían en un nuevo canal que formaban otro cinturón de nivel más bajo. Un cuarto canal, al nivel de ésta, pero de forma rectangular, recibía las aguas y las vertía en el mar. La ciudad se extendía sobre parte de la llanura hasta la orilla misma de este gran foso, que la cercaba y defendía con una línea de agua, formando un rectángulo de doce millas de largo por diez de ancho. Según se habrá observado, la ciudad se hallaba dividida en tres grandes fajas, separadas por canales.

Lo que distinguía a la zona más elevada, esto es, la que estaba más inmediata a los jardines del palacio, era una pista circular para carreras y extensos jardines públicos. La mayor parte de las casas de los oficiales de la corte estaban situadas también en este recinto, y además había una institución que no tiene semejante en los tiempos modernos.
 La denominación de «casa de los extranjeros» no da más que una mezquina idea de lo que era aquel palacio donde los extranjeros que llegaban eran mantenidos todo el tiempo que querían permanecer en ella y tratados como huéspedes del Estado. Los habitantes de este arrabal estaban en su mayor parte dedicados a los oficios de la navegación, y sus casas, aunque separadas unas de otras, se hallaban más apiñadas que las de los demás distritos.

Así, pues, la población tenía un abundante surtido de agua pura, siempre corriente, mientras que los recintos superiores y el palacio del emperador estaban protegidos por varios fosos, escalonados en dirección al centro. No es preciso un gran conocimiento de la mecánica, para darse cuenta de las enormes obras que habría de requerir la dotación de agua de una ciudad que, en los días de su grandeza encerraba dentro de los cuatro círculos, cosa de dos millones de habitantes. 
El agua procedía de un lago situado a una altura de 2.600 pies en medio de las montañas que según dijimos, aparecían al poniente de la ciudad. El principal acueducto, cuya sección era oval, tenía cincuenta pies de diámetro mayor y treinta de menor, y se dirigía por bajo de tierra a un enorme depósito en forma de corazón.

Este depósito caía debajo del palacio a una gran profundidad, justamente en la base de la colina, sobre la cual estaban construidos la ciudad y el palacio. De este depósito partía un conducto vertical de 500 pies de longitud, que atravesaba la roca de la colina, dando paso al agua que surgía en los jardines del palacio, desde donde se distribuía por toda la población. 
Otras varias cañerías llevaban del depósito central a diferentes partes de la ciudad, el surtido de agua para beber de las fuentes públicas y particulares. Por poco conocimiento que se tenga de mecánica, se comprenderá por lo que va descrito, que la presión en el acueducto subterráneo y en el depósito central, desde el cual se elevaba el agua al estanque de los jardines del palacio, debía ser tremenda y la resistencia de los materiales empleados en su construcción igualmente enorme.

Si el sistema para abastecer de aguas a la «Ciudad de las Puertas de Oro» era maravilloso, los medios de transporte atlantes eran aun más asombrosos, pues el buque aéreo o máquina voladora que Keely en América y Maxim en Inglaterra tratan de construir en la actualidad, era entonces un hecho, aunque no el medio ordinario de viajar. Los barcos aéreos pueden considerarse como los carruajes particulares de nuestros días, o más bien como los yachts, si se tiene en cuenta el número relativamente pequeño de los que lo poseían, pues siempre fueron costosos y de construcción difícil.
 El material de que estaban hechos estos barcos aéreos era madera o metal. Cuando se empleó el metal, era éste generalmente una mezcla, en cuya composición entraban dos metales blancos y uno rojo, lo cual daba por resultado un color blanco parecido al del aluminio, y una ligereza aún mayor que la de éste.

Los aparatos mecánicos diferían indudablemente de unos a otros barcos. Una fuerte y pesada caja de metal colocada en el centro del barco, era el generador. Desde allí fluía la fuerza a través de dos tubos largos y flexibles a cada extremo del barco, así como también a través de ocho tubos subsidiarios fijados a los costados de la proa y de la popa. Estos tenían dobles aberturas en dirección vertical, hacia arriba y hacia abajo.

Cuando se iba a dar principio al viaje, se abrían las válvulas de los ocho tubos de los costados que se dirigían hacia abajo, permaneciendo cerradas todas las demás válvulas. La corriente, precipitándose por aquellas, chocaba sobre la tierra con tal fuerza que elevaba al barco, al paso que el aire mismo proporcionaba el necesario punto de apoyo. Cuando se llegaba a una altura suficiente, se ponía en acción el tubo flexible del extremo del barco, contrario a la dirección que se quería llevar, mientras que por el cierre parcial de las válvulas, la corriente que pasaba por los ocho tubos verticales, se reducía a la pequeña cantidad requerida para mantener la elevación alcanzada. 

Dirigiéndose entonces la mayor parte de la corriente por el tubo largo que desde la popa se inclinaba hacia abajo en un ángulo de 45° ayudaba a mantener la elevación
, a la vez que proporcionaba la gran fuerza motriz que impelía el barco por los aires.

Cuando se emprendía un viaje largo, se fijaba el tubo de modo que no requería más manejo, hasta estar muy cerca del punto de destino. Las mayores alturas que podían salvar no pasaban de 1.000 pies. Falta aún por explicar la razón de los ocho tubos en dirección vertical de los costados. Teniendo a su disposición una fuerza tan poderosa, los barcos de guerra se lanzaban mutuamente la corriente, la cual podía desequilibrar el barco atacado y volcarlo, de cuya situación se aprovechaba seguramente el enemigo para atacar con su ariete.

Había además el peligro de ser precipitado al suelo, a menos que se atendiese con presteza a abrir y cerrar las correspondientes válvulas. En cualquier posición en que se hallase el barco, las aberturas que miraban a la tierra eran naturalmente por las que la corriente debía precipitarse, al paso que las aberturas que miraban a lo alto debían estar cerradas. El modo de hacer tomar su posición normal a un barco volcado, era emplear los cuatro tubos de un solo costado del buque en dirección hacia abajo, mientras que los cuatro del otro lado permanecían cenados.

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